Carlos camina por la calle pero no ve a los costados. Se
choca contra las personas que pasan a su lado pero no hace contacto visual. Se
acuesta con malas mujeres pero no vincula el alma. Se acuesta con buenas
mujeres pero no vincula el cuerpo. Mira el fútbol pero no festeja los goles.
Bebe hasta la inconsciencia pero no se emborracha. Fuma durante todo el día pero
no lo hace hábito. Carlos trabaja pero no lucra. Viaja pero no conoce. Escucha
música pero no se conmueve. Acaricia a su gato pero no se enternece. Fuma
marihuana pero no se coloca. Se baña pero no deja de sentir asco. Carlos lee
pero no recorre, aprende pero no asimila. Carlos camina por los oscuros callejones
de la ciudad desnuda, pero no siente miedo. Carlos ya no se conmueve, ya no se
entristece, ya no grita, ya no llora, ya no se alegra y tampoco sufre. Cosas de
la apatía, eterna compañera de vida que mira a Carlos desde los cristales y se
ríe, se conmueve, lo ama, se eriza, se excita, se embriaga, aprende, seduce y
manipula. Está extasiada, Carlos se desmorona.