Hasta que llega ese momento de iluminación sensorial en el
que uno se da cuenta que todo es nada, que todo nace y muere en la nada y en que
la nada tiene un valor mágico, místico y enigmático más grande del que uno
esperaba.
Pero la nada no es el vacío. Puede sonar ambiguo, pero la nada parte
de un todo, de un conjunto que llega a desaparecer para que ésta pueda tener
una significancia por sí misma, ya que en el momento previo, la nada es la
inexistencia, es algo que no fue ni será, lo que en cierto modo, se aleja de la
búsqueda de un vacío, de una extremaunción o directamente de una extinción.
La nada creada por el bello caos, por
la destrucción o la simple evaporación, es la que en realidad
llega a tener una valía filosófica por el hecho de haber sido y dejar de ser,
de pertenecer y de estar. Es decir, es preferible llegar a la nada por inanición o por caducidad cerebral, a nunca haber sido nada.